16 de julio de 2010

100 BESOS DESPUES DE


Uno, dos, tres, cuatro... se suceden como una metralla nerviosa. Breves. Tibios. Diez, once, doce... el cuerpo todavía sonríe, el alma aún late. La caricia es una sola pero se prolonga, y a su paso repite sensaciones apenas pasadas... como mirar la propia sombra, que sigue estando allí al apagarse la luz.

Veinticinco... ventiseis. El tiempo se aletarga: se pone a tono de los amantes. Es un paréntesis, un páramo, el corazón del tornado. Nada se mueve excepto los ojos, buscando complicidad para un nuevo beso. Veintisiete. Y otra vez los dientes -ahora propios- mordiendo el labio. "¿Cómo te convencí de llegar hasta acá?".

Cuarenta y dos. ¡Qué grande sería esta cama sin vos! Pienso al dar la vuelta y observar ese mar picado de sábanas revueltas que me separa de la otra orilla. Luego los ojos en el cielo raso y tu voz como un GPS que me indica otra vez el camino correcto: cuarenta y tres. "¿Dónde fuiste?". Lejos: al otro lado de la cama.

"¿Dormís?". No... solo disfruto tus caricias. Setenta y uno. Casi todo es quietud. Nada ocurre. No en el espacio seguro de sus brazos. No en la trinchera calma de sus piernas. Te sentís en paz con vos... setenta y dos. Y sos feliz.

"¿Qué hora es?". Son las... noventa y cinco. "¿Qué día es hoy?" Noventa y seis. Del suspiro al bostezo disimulado. Del bostezo a la pregunta. "¿Cuánto falta para la próxima vez?" Noventa y siete. Dormí. Noventa y ocho. "Ojalá sueñe con vos". Seguro: voy a estar al lado tuyo. Noventa y nueve.

Tu cabeza en mi hombro, mi mano en tu cintura y la tuya en mi pecho. Cerrás los ojos y sonreís satisfecha mientras caes dormida. "¿Cómo te convencí de llegar hasta acá?". La respuesta tampoco está en el cielo raso, que de apoco se oscurece... hasta quedar... Cien.