27 de diciembre de 2008

QUÉ COSA FUERA


Canta Silvio Rodriguez: "¿Qué cosa fuera? / ¿Qué cosa fuera la masa sin cantera?".

Es que hay cosas que solo tienen sentido cuando se las mide por su fin... su utilidad... su destino o destinatario.
Apresurándome podría decir que TODAS las cosas son solo valiosas si cumplen esa regla... pero es viernes y no tengo ganas de pensar.

Me quedo entonces en la comodida de decir que "la mayoría" de las cosas sólo tienen valor, en tanto lo tengan "para algo" o "para alguien".

No es distinto con las palabras.

¿Qué cosa fueran las palabras sin unos oidos deseosos de oirlas? Ruido, creo. Lo confirmamos cada vez que escuchamos a alguien hablar cosas que no nos importan... ¿quién puede decir qué valor tienen esas palabras?

Y se me ocurre pensar que la responsabilidad es compartida. Quiero decir: que las palabras tengan un valor para alguien... depende de ese alguien y de las palabras. Depende de que se proyecte entre ambos un puente de intereses compartidos, de voluntades, de intenciones... para que las letras los puntos y las comas puedan pasear sobre él libremente, sin prisa pero sin pausa también, para que lleguen en el orden que deben. Al tímpano. Luego a la cabeza. Finalmente al corazón (en ese orden, de ser posible).

Pero, ¿qué le da el valor a las palabras? ¿Será acaso la palabra misma? No lo creo: hay modos y modos de usar las mismas palabras y que al final digan diferentes cosas.

¿Será entonces, acaso, que el valor está en quién las recibe? ¿Que es un juego de negociación constante, donde el autor vende unas letras que el oyente se encargará de dar valor, cual tasador en una compra-venta? Es altamente probable.

Y es que si el oyente no presta atención, de seguro esas palabras serán para él/ella solo ruido blanco que -como agua a través de las piedras- dejará como mucho una marca imposible de diferenciar del resto.

En cambio, si el oido atento se detiene un instante... de pie junto a ese arroyo de palabras... parado sobre el puente indispensable entre uno y otro, es probable que pueda escuchar el suspiro alegre de las piedras al ver llegar el agua, y el lamento constante de una despedida que saben definitiva. Pero en ese transcurrir del agua por debajo del puente, con suerte una gota -una palabra... o dos... o cien- te salpique y te moje. Y se haga parte de vos y de tu día.

Claro que en un momento se secará. Pero si las dejas, no tardarán mucho esas gotas en completar su ciclo de vida: al timpano... luego a la cabeza... y por fin al corazón.